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Laura Montoya (primera parte) - Teóloga y apóstol


Hace algunos meses, me dijo un sacerdote muy mayor y muy sabio: “en la iglesia hay muchas canonizaciones, pero hay unos santos que se destacan especialmente, y Laura es una de ellas. Pocas personas en la historia de la iglesia como ella”. Esto queda muy evidente para los que hemos tenido la fortuna de conocer sus textos, en especial, la historia de su vida, contada por ella misma. No sorprende que algunos la tengan como futura doctora de la iglesia. Su profundidad teológica, su hondura mística, la fecundidad de su ministerio: son tesoros insondables para la iglesia latinoamericana y universal.


Sobre la magnitud y lo particular de su experiencia de Dios algo nos dejan intuir sus palabras:

“Me había dado a leer (el confesor) en los santos ejercicios Las Moradas de Santa Teresa, diciéndome que allí encontraría todo lo que le pasaba a mi alma. Verdaderamente sí encontré algunas cosas, ¡pero la mayor parte no!”.

Sorprende, sí, el desconocimiento de su obra y los pocos estudios que se han realizado sobre ella. Más aún, cuando en sus escritos hay una profundidad y originalidad sin par. Una muchachita campesina; mística; misionera –cuando no había misioneras en el país–; mujer perseguida por obispos y curas; teóloga; feminista; historiadora; indigenista; ecóloga. Los calificativos se quedan cortos.


¿Será acaso porque sigue esta mujer campesina siendo marginada y subvalorada por los prejuicios sociales? Ya lo decían también de Jesús: “¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?” (Jn 1, 46). Ya dirá “¿Qué sabía yo de ficciones y cumplo y mientos sociales? Era una campesina, no por lo vulgar, pues eso jamás lo vi en la casa, sino por lo sencilla.”


También, confesando con candidez:


“No es esta la primera vez, padre, que me muestro serena ante las burlas de los grandes y ricos, o independientes en sus ideas anticatólicas, porque siempre he visto en esas pobres gentes mejor voluntad de la que realmente tienen; he tomado sus burlas con menos amargura de la que llevan. De modo que ellos creen que soy más boba todavía y acaban por acercárseme un poco. ¿Sabe, padre, que atribuyo esto a mi primera formación campesina? ¿Cuántas veces han pretendido divertirse muchos con mi sencillez de montañera? ¡Dios mío! ¡Hasta la cuenta se me ha perdido!”

Con todo, “Historia de las Misericordias de Dios en un Alma”, su autobiografía, es una de las obras más majestuosas escritas en castellano; una carta franca y abierta de 892 páginas, sin capítulos, dirigida a su confesor.


De ella afirmó Hector Abad Faciolince que se trataba de “(...) uno de los mejores libros que se han escrito en Colombia. Es una novela de aventuras en la selva. Es un Bildungsroman, o novela de formación de una de las personalidades más formidables del país, nacida en un lejano pueblo de Antioquia, Jericó. Es un manifiesto feminista ante litteram, pero sin la jerga tediosa del feminismo, sino con la ironía y la sonrisa lista de una Job de los Andes. Es un bosquejo sociológico e indigenista, mucho más valioso aún por el sencillo hecho de que no pretende serlo.”


Hoy, 21 de octubre, día en que la iglesia celebra la acción de Dios en la vida de esta santa mujer, quiero compartir algunas de sus riquezas. En esta primera entrega, sus facetas como teóloga y apóstol.



Laura teóloga


Laura es una verdadera teóloga, en el sentido que lo define Evagrio Póntico: “El que ora verdaderamente es teólogo y el teólogo es el que ora verdaderamente”. Su método teológico es la comunión mística, como los grandes padres del cristianismo naciente. No habla de entelequias especulativas, sino de una experiencia veraz y cierta de Dios en el corazón. Es teóloga, no porque haga una reflexión académica y sistemática, sino porque su teología es un torrente de vida en ella.


Sobre esto cuenta:


De pronto, se presentaron a mi alma todos los conocimientos que en la vida había tenido de Dios y que superan en mucho a todos los que había adquirido por los libros y conocimientos que me habían dado los hombres, y me pareció que ¡sí sabía lo que era Dios! Aún lo siento, padre, en el fondo del alma y si tratara de decir algo sobre Él, ¡Ay!, ¡lloraría sin acertar a decir palabra acerca de lo que en mi alma hay de Dios!
Entonces vi, de un modo más claro, la verdad de aquello de David: «Venid y gustad cuán suave es el Señor». No dice entended, ¡sino gustad! Tuvo razón, porque el amor va siempre adelante del entendimiento. Delante de Dios, este se aniquila, y aquel ¡se engrandece! No, ¡no hay teología mayor que la que da el amor!
Ante el Ser divino la mente calla; el amor canta, porque el Espíritu Santo lo eleva y no puede decir que entiende; pero sí gusta y gusta hasta el perdimiento... ¿Qué más quiere el alma? Dios mío... siempre el triunfo del amor... ¡Si Vos mismo sois amor!
Entonces vi claro que los conocimientos que tenía de Dios eran mayores que los adquiridos en los libros y, sobre todo, que eran muy gustosos; mientras que los que había adquirido estudiando eran como más bajos y, sobre todo, ¡secos! Me impresioné dudando de si aquello sería alguna ilusión del diablo, pues no conocía que Dios le diera al amor más que lo que enseñan los teólogos, y determiné consultarlo. Me dijo el padre Elías que estuviera tranquila que aquello era exacto y que, además, Dios no tenía medida para derramarse en el alma amante, ni a nadie le había dicho: ¡De aquí no pasaré en las revelaciones de mi amor! Quedé muy tranquila.

Aun cuando su teología parte del conocimiento interior, se somete siempre al criterio externo, salvaguardándose así de un iluminismo meramente subjetivo; muy en la línea de las reglas para sentir en la iglesia que propone San Ignacio. Además, todos estos conocimientos la abrían de formas nuevas a los demás, y la movía el deseo de compartir aquello que había recibido. Dirá Laura:


Frecuentemente me queda deseo de que otros gusten de lo que he gustado y, si es conocimiento, quiero comunicarlo. Solo me preocupo de que no sepan las hermanas de dónde hube el conocimiento. Casi siempre creen que lo he tomado de los libros. Cuando el conocimiento es muy nuevo y algo confuso, pregunto de él antes de enseñarlo, pero todavía no me ha ocurrido conocer de este modo nada que no sea conforme con la Sagrada Teología. Siempre o me dicen los padres que así lo enseña la Iglesia o lo veo después en algún libro bueno.

Laura apóstol


La experiencia vocacional y eclesial de Laura no fueron nada convencionales. El descubrimiento de su vocación llegará muchos años después de recorrer las más altas cimas de la mística, viviendo en un estado de “unión perfecta con Dios”. Laura experimenta el llamado de Jesús para servir y amar aquellos que se encontraban más en el margen de la sociedad, de la iglesia y de la misma geografía: las comunidades indígenas, en especial aquellas más remotas, que usualmente eran consideradas “irreductibles” por su “fiereza”; en un estatus inferior al de las personas. También, con el tiempo, otras tantas comunidades, entre ellas los afrodescendientes.


Si recorremos los pasos de Laura por la geografía nacional la vemos en lugares paradigmáticos de pobreza, marginalidad y mucha violencia. ¿Cómo serán sus lágrimas en el cielo con la cantidad de muertos ejecutados y enterrados en Dabeiba, lugar de su primera fundación?


La misión con los indígenas estuvo llena de retos. El primero, la desconfianza producida por tantos años de barbaridades y crueldades. Ella es muy crítica con la conquista y las formas de su evangelización.


La desconfianza de los primeros provenía de que no conociendo el motivo que nos llevaba a eso, no se podían explicar el cariño, la delicadeza y el desinterés nuestro. No carecían de razón: siempre habían sido tratados como mulas u hostilizados como a animales peligrosos, hasta el punto de que ellos creían que las gentes tenían derecho a sus vidas, como ellos a las de los venados; hasta creerse hechuras de otro Dios, sin alma y sin derechos de ninguna clase. Y estas cosas y creencias tenían siglos, durante los cuales habían visto, por experiencia, lo inferior de su condición. Todo esto, unido al recuerdo de las inauditas crueldades de los tiempos de la Conquista que estaban incrustadas en sus almas indeleblemente y unidas a tradiciones fantásticas y terribles, hacían que nuestra conducta se les volviera algo así como el preludio de la última destrucción de su raza. ¡Ay! pobrecitos, sin nociones de caridad ni de nada digno, ¡cómo no habían de desconfiar! Quien les hubiera dicho que íbamos en persecución de sus almas, habría perdido su tiempo, porque no le hubieran entendido y quizás se hubieran alarmado más, creyendo qué sé yo cuántas cosas horrorosas. Por eso debíamos sufrir, con la mayor bondad, la desconfianza tan dura de los pobres a quienes tanto amábamos.

Laura tuvo que desafiar muchos prejuicios; sin embargo, su vocación parte del conocimiento de la compasión del Señor por estos hermanos. Esta fue la herida de dolor que la acompañó toda su vida. Un dolor en el cual germinó de tal forma el celo apostólico que para quienes no lo entendían, parecía más una empresa fundada en el heroísmo personal; acusación recurrente de algunos obispos. A ella la guiaba una determinación a prueba de todo, aceptando las más difíciles e inhóspitas condiciones, y desafiando las restricciones que una sociedad y una iglesia demasiado machista quería imponerles.


A propósito dirá, :


En mi mente no había otro medio que el que se forjaba, seguido de la obra del sacerdote. Pero en esa no pensé entonces, porque ya les había hecho la propuesta a muchos sacerdotes y todos, horrorizados, me contestaban que si estaba loca o que no se podía sencillamente. Resolví dejar lo del porvenir a Dios. Por lo pronto, irme al monte y mostrar que esa obra era compatible con el sexo femenino era para mí mi única idea.


La persecución la acompañó toda su vida, y es importante decirlo, una persecución que se gestó también al interior de todos los niveles de la jerarquía clerical. Enemistades muy dolorosas, guerras frontales, actos de deslealtad de quienes debían ser sus compañeros y hermanos en la misión. Por ejemplo, el conflicto con los padres carmelitas, que terminó acabando con la primera fundación, en Dabeiba. Sobre ellos dirá con dolor:


Pero jamás fueron leales en esto, se burlaban, ridiculizaban y criticaban, aun de la misma sencillez con que les autorizaba a corregir. Con tal sencillez los tratábamos que hasta nuestros cantos, hechos para los indios, se los poníamos de patente, con la mayor frecuencia y pena.

Laura hizo quedar mal a muchas personas, no porque fuera esta su intención, sino porque el fuego encendido de su corazón la impulsaba con un ímpetu irrefrenable, mientras que en muchos otros había un letargo cómodo y ensimismado. Ella, en cambio, era el rostro de una iglesia en salida, al encuentro de la periferia, como tanto lo ha recalcado Francisco en su papado. Estando en Roma, un jesuita, el padre Vidal, le confirmó la causa de tanta persecución:


–¡Ya está todo comprendido! Y la congregación debe ser muy perseguida: son unas santas mujeres que, llevadas del amor de Dios, han hecho lo que los hombres no han tenido valor de hacer y, por consiguiente, ya se explica cuál es el motivo de las persecuciones.

Uno de los puntos más sugerentes de su actividad misionera está en la comprensión del indígina en su debilidad, y un acercamiento a ella desde su propia fragilidad de mujer. Se trata de un feminismo muy desafiante y muy poco ideológico. Este pensamiento ha quedado consignado en una ilustre conversación que sostuvo con el entonces presidente de la república, el doctor Carlos E. Restrepo. Después de prometerle su ayuda, el presidente le dice:


–Mi padre trabajó mucho por la protección de los indios de los alrededores de Andes, los atendió como un padre y nada pudo conseguir de ellos. Para mí, los indios de Antioquia son irreductibles.
Le contesté que así los calificaban todos y que la historia estaba demostrando, con el fracaso de los diferentes intentos de misiones en varios siglos, entre los caribes y catíos sobre todo, que era verdad lo de ser irreductibles, pero que la moción que yo sentía me hacía esperar que Dios los cambiaría y que, además, jamás se había intentado reducirlos por medio de la mujer. Que yo consideraba que donde el valor no puede nada, le queda la victoria a la debilidad. Por eso agregué:
–Un hombre que puede domar una fiera en un circo, no podría criar un niño ni asistir a un agonizante. Entre los débiles y pequeños, el triunfo es reservado a la mujer.

Por último, quiero resaltar cómo la fuerza y la fecundidad de su labor no estaba basada en grandes discursos y ni en un plan pedagógico o catequético sofisticado; como tampoco en un sometimiento a la verdad por la fuerza. Ante todo, su método, fue el amor que se entrega y se despoja con dulzura y ternura. Una señal de contradicción dentro de un contexto que aborrecía y despreciaba a quienes ella servía.


En cuanto al escándalo de los civilizados ignorantes, era un poco más malicioso, pero sí en mucha parte debido a ignorancia. Estaban ellos acostumbrados a mirar a los indios como seres peligrosos, asquerosos, ladrones, asesinos, odiosos, maliciosos y cuanto se puede pensar de bajo en la vida, y llegamos nosotras a tratarlos como hermanos, hasta el punto que si un solo asiento había, la hermana permanecía en pie y el indio se sentaba; se les daba del mismo alimento, en los mismos platos y se hacía en todo con ellos como si fueran hijos, salvando solo lo que la decencia reprueba. Naturalmente, dados los pocos conocimientos de caridad y celo de esas gentes, era natural el escándalo.

Laura sigue siendo una figura sugerente para nuestro país y nuestra iglesia. Necesitamos tener una mirada más misericordiosa, como la suya, capaz de ver la sed y el hambre de los hermanos que están más lejos.


En la próxima entrega, Laura como maestra espiritual.


Santa Laura Montoya, ora pro nobis. Amén.

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