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Foto del escritorJuan Francisco Rodríguez Cortés

María Magdalena, la discípula amada

María de Magdalena es uno de los personajes más sugerentes del nuevo testamento: la discípula amada, la predicadora, la seguidora fiel, la “Apóstola de los apóstoles”. También una figura desfigurada en el curso de los siglos e incluso utilizada como sugerente protagonista de las tan redituables novelas conspiracionistas que se han tejido alrededor de Jesús. La iglesia celebra su día hoy, 22 de Julio y queremos honrar su memoria y seguir el camino que la condujo a Cristo.



Los discípulos y las discípulas


En todos los evangelios encontramos distintos grupos de personas que interactúan con Jesús. Algunos de ellos aparecen en encuentros puntuales; hay, por otra parte, un grupo de multitudes que lo reciben, lo escuchan y llevan a él sus enfermos; y, por último, las personas que lo siguen y constituyen un círculo cercano, íntimo. Estos son los discípulos.


Dentro de este círculo encontramos al grupo de los Doce; número de importante significado mesiánico y escatológico que evocaba la esperanza en la reunificación de las doce tribus de Israel. Dentro de este grupo hay algunos que ocupan una posición destacada, como es el caso de Pedro, Santiago y Juan. La exactitud de este número es discutida, pues los mismos evangelistas difieren en algunos de los nombres.


No eran los únicos que estaban cerca del Señor. También, había algunas mujeres, que los evangelistas mencionan con cierta disparidad en sus nombres. Sabemos que eran mujeres galileas y que acompañaron a Jesús en la subida a Jerusalén, al final de su vida. El hecho de que sean mencionadas con nombre propio refleja la importancia que tuvieron en las primeras iglesias, en particular en las comunidades desde el norte de Palestina hasta Siria, donde se consolidaron las tradiciones acerca de Jesús.


El discipulado de estas mujeres es presentado como un contraste al discipulado fallido de los hombres. Los evangelios nos dicen que ellas “seguían y servían al Señor”. Nunca se utiliza este verbo, cuya raíz es la misma de diácono (servidor), para hablar de los Doce; solamente de los ángeles se dice que sirvieron al Señor, en el desierto.


Además ellas fueron las únicas que acompañaron a Jesús en su muerte en la cruz, y las primeras en encontrarse con Él el domingo de resurrección. Por su parte, los Doce huyeron cuando Jesús fue arrestado, solo Pedro lo siguió hasta la casa del sumo sacerdote, pero allí negó conocerlo y ser uno de sus discípulos.


Es llamativo el silencio con respecto al resto de la vida de las discípulas en las fuentes neotestamentarias. A diferencia de muchos de los hombres seguidores de Jesús, no conocemos la historia de su encuentro con él. Tampoco aparecen las mujeres mencionadas en la lista que de San Pablo acerca de los testigos de la resurrección (1Co 15, 5-8), posiblemente porque en el contexto mediterráneo de la época el testimonio de una mujer no era válido. Este contexto de marginalidad de la mujer es la causa del silencio sobre ellas en los evangelios y en las cartas.


Es posible inferir esta negligencia narrativa en otros acontecimientos de la vida de Jesús, como, por ejemplo, en la última cena. En la actualidad, hay un gran consenso entre los exégetas sobre la participación de otras personas, en particular las mujeres más cercanas, en dicha cena de despedida.


El lugar de María Magdalena en los evangelios y en la tradición


De este grupo de mujeres, María Magdalena tiene en el evangelio y en la tradición de la iglesia un lugar preeminente. Salvo una lista en el evangelio de Juan, su nombre es presentado siempre en primer lugar.


A María no se la nombra en relación a un hombre, como es el caso de la mayoría, por ejemplo, María la madre de Santiago y José, o María, la madre del Señor. Aunque históricamente se ha asociado el término “Magdalena” como una designación geográfica, originaria de la ciudad de Magdala, también es plausible que este nombre hubiese sido dado por el mismo Jesús como lo hizo con Pedro; un nombre que conlleva una significación. “María la fuerte”. La palabra Magdala proviene de la hebrea Migdal, que significa torre de vigilancia, fuerte o fortaleza.


En los primeros siglos del cristianismo, su fiesta el 22 de Julio era celebrada como una solemnidad, y se cantaba el Credo, algo reservado para las conmemoraciones de los apóstoles y del Señor. La iglesia primitiva la tuvo como apóstol; el gran Santo Tomás de Aquino reservó para ella el título: “Apóstola de los apóstoles”, y el Papa Francisco elevó recientemente a la categoría de fiesta su celebración litúrgica.


Con el paso de los siglos, la figura de María Magdalena fue presa de los sesgos de la cultura patriarcal. Los teólogos occidentales, hombres europeos y célibes, fueron confundiendo degradando su historia. De apóstol, terminó en prostituta; de predicadora, a penitente arrepentida.


Esta confusión arranca con la identificación de María Magdalena con María de Betania, la cual, a su vez, había sido ya identificada con la pecadora arrepentida de Lc 7, 37-39, pues las dos ungen con perfume los pies del Señor. En la lectura simplificada del machismo, si era mujer y era pecadora, debía ser prostituta. Ayudó a esta idea la historia de "María la penitente" también llamada "María de Egipto", una asceta cristiana del siglo IV que, después de abandonar la prostitución, se retiró en soledad al desierto.


Aún en la teología del siglo XX y XXI su figura viene marcada por este sesgo, pues no son pocos los teólogos (nuevamente, hombres y europeos) que cuestionan la historicidad de los relatos de las mujeres en el sepulcro, y explican este episodio como una creación narrativa de los evangelios, para fortalecer la idea del sepulcro vacío como prueba de la resurrección de Jesús.


María Magdalena, modelo de discipulado


Los datos que tenemos de ella son pocos, aunque suficientes para ver que ella representa el modelo de discipulado perfecto.


Discipulado en libertad: Tanto el evangelio de Lucas como el final tardío del evangelio de Marcos nos cuentan que Jesús había expulsado de María siete demonios. Muchas veces pensamos que los demonios a los que hace referencia el evangelio son entidades metafísicas personales, pero la tradición ha interpretado los demonios como todas aquellas realidades que nos esclavizan, que nos degradan y nos separan de Dios.


Los Padres del desierto identificaban los demonios con los ocho vicios que corrompen la libertad humana; tradición que en occidente se consolidó como los siete pecados capitales. Sin embargo, no podemos a partir de esta información deducir cuál era la vida que llevaba la Magdalena antes de conocer a Jesús, mucho menos identificar exclusivamente los siete demonios con una vida de desenfreno sexual o prostitución.


Por el contrario, lo que nos indica el número siete, símbolo de la totalidad, es que ella fue una mujer liberada de todas sus cadenas, de todas sus ataduras, de todos sus demonios. El discipulado es ante todo una experiencia plena de la libertad, del amor que borra todo el temor. Solo quien ha sido liberado de su esclavitud puede amar con locura a Jesús, y es esta llama encendida de amor la que conduce a seguirlo hasta al final, hasta la cruz, como lo hizo ella.


Un discipulado hecho eucaristía: La vivencia pascual de estas mujeres las transformó a ellas mismas en eucaristía: acción de gracias y pan partido por amor. Nadie tendrá, en toda la historia del cristianismo, la experiencia del cuerpo y de la sangre de Cristo que tuvieron ellas, el viernes 7 de abril del año 30. Ellas participaron del dolor, pan partido, pero también pan que alimenta, pues fueron las primeras en ver y en comunicar a la iglesia que Jesús, el Señor, no estaba muerto; había resucitado.


Nadie podrá imaginar el inmenso dolor, la insoportable conmoción interior que supuso ser testigos directos de la pasión del Señor. Lo que significó para su corazón presenciar la humillación, la tortura, el dolor, la sangre y el cuerpo de alguien tan amado. Según los evangelios sinópticos, no lo abandonaron nunca, pues ayudaron a llevar su cuerpo sin vida al sepulcro.


No se necesita ser un erudito de la psique humana para imaginar el efecto tan grande que estas escenas tuvieron en ellas. ¿Cómo habrá sido regresar esa noche de viernes a su hospedaje?; ¿Y cómo conciliar el sueño esa noche interminable, recreando una y otra vez lo vivido? ¿Qué llevaban en el corazón el sábado, ese largo sábado de quietud prescrita y de silencio de Dios? En estos días, estas mujeres iniciaron una práctica espiritual que ha continuado ininterrumpidamente en la historia del cristianismo: la contemplación de la pasión. Y, por esto mismo, fueron también las primeras místicas cristianas.


Un discipulado místico: Jesús no apareció primero a Pedro, ni tampoco a Juan o a Santiago. Fue María, la galilea de Magdala, quien vio a Jesús. Fue ella quien, acompañada de algunas otras discípulas, fueron al sepulcro en cuanto pudieron para terminar los ritos fúnebres; el domingo en la mañana dado que el sábado estaba prohibido por la ley. El evangelio de Juan lo narra con especial belleza y centra la narración exclusivamente en el encuentro del Señor con María Magdalena.


Ella se encuentra con unos ángeles, primero, y con Jesús, después; pero no lo reconoce. Su grito de dolor expresa una profunda oscuridad mística: el corazón que completamente destrozado y a oscuras anhela encontrarse con la fuente del amor.


Dirá el Cantar de los Cantares:


“Los centinelas me encontraron, los que hacen la ronda en la ciudad: «¿Han visto al amor de mi alma?»” (Ct 3, 3)”

Y San Juan de la Cruz en el cántico espiritual:


“¿A dónde te escondiste amado, y me dejaste con gemido?”

Y María Magdalena:


“Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.” “Señor, si tú te lo has llevado dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré”. (Jn 20, 13.15).

Luego, María debe atravesar el desprendimiento de “su” Jesús para abrazar a Cristo resucitado. Él le dice: “no me toques”, otras traducciones dirán: “no me retengas”. Ella nos muestra el camino a la contemplación de Dios, a la “adoración en espíritu y en verdad”, a la oración pura, al contacto directo con Cristo que no está mediado por imágenes ni palabras. El Reino de Dios, la unión esponsal con Él.


La predicación apostólica y gobierno de la iglesia: Si bien en el cristianismo de la primera generación no es posible encontrar un conjunto articulado y homogéneo de comunidades, ritos y jerarquías, podemos ver la importancia que ejercían sus líderes y maestros. Este liderazgo tenía una dimensión importante de hospitalidad, la predicación del kerigma, la enseñanza a los hermanos y la autoridad y el gobierno.


Todas estas características han quedado prefiguradas en la gran “Apóstola de los apóstoles”. A María le es confiada la tarea de comunicar al grupo de los otros discípulos la Buena Nueva y, según nos cuenta San Lucas, los discípulos las tildan de locas. Incluso los caminantes de Emaús, aunque conocen su testimonio, cuentan los datos con incredulidad.


“Al regresar del sepulcro anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás. María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las otras que estaban con ellas contaron estas cosas a los apóstoles, pero a ellos les pareció una locura y no les creyeron”. Lc 2, 9-11.

Yo creo que vemos aquí un actuar característico de Dios, según se ha revelado en la Biblia. Dios que nace en un lugar inesperado, muere en un lugar inesperado, y llama a las personas más inesperadas. A María Magdalena le es encomendada una tarea con pocas probabilidades de éxito por el hecho mismo de ser mujer; su testimonio no tiene la misma credibilidad que el de los hombres. Pero Jesucristo invierte las lógicas del mundo y ensalza a los que han sido marginados y humillados. María es la predicadora apostólica por excelencia, pues no habla de lo que otros le han contado, o a partir de grandes discursos del intelecto. Ella predica con autoridad, pues su mensaje proviene de la experiencia de encuentro real con el Santo de los Santos.


María también ejerce el liderazgo de la iglesia en esas horas cruciales. Según el Evangelio de Mateo, el encuentro con el Señor tuvo una instrucción adicional: “Vayan y anuncien a mis hermanos que vayan a Galilea y que allí me verán”. Este mandato sencillo define la labor central del pastor o “espíscopo” de la comunidad: ser maestro y guía de la comunidad; es decir, quien señala en la dirección que nos conduce al encuentro con el Resucitado. Los Once obedecieron a María, y en ella, al Señor. Así se hicieron testigos también de la presencia del Viviente en la historia.


Epílogo – María Magdalena, un desafío para la iglesia.


En la discusión actual sobre el papel de la mujer en la iglesia, el magisterio romano ha sido enfático en negar la ordenación a personas que no sean hombres célibes, incorporados a una diócesis o una comunidad religiosa. El argumento central esgrime la fidelidad al ministerio de Cristo y su llamada a los Doce discípulos, todos hombres. Argumento al menos inconsistente, por todo lo que hemos expuesto acerca de María Magdalena y del grupo de discípulas que caminaron con el Señor. Además, no fueron las únicas pues tenemos de otras figuras femeninas prominentes en la primera generación, como Febe, pastora y cabeza de su comunidad, tal como lo expresa San Pablo en la carta a los Romanos.


En estas discusiones, es creciente el apoyo que desde distintos sectores eclesiales se ha dado a la apertura de la ordenación sacerdotal para las mujeres y para los hombres casados. No obstante, estas discusiones en el seno de la iglesia adolecen de sinodalidad, de la posibilidad de escuchar al pueblo de Dios en su conjunto y no solamente al selecto círculo que toma las decisiones. Al menos, la discusión debe darse en una asamblea donde no solo los hombres célibes estén representados.


Oración a Santa María Magdalena:


Ruega por nosotros María la fuerte,

para que como tú seamos liberados de todo cuanto nos ata;

para que amemos de tal manera al Señor

que lo sigamos y lo sirvamos en todo cuanto hacemos.

Ruega para que tengamos fidelidad y confianza

cuando se esconda de nuestros ojos la presencia del Señor;

y que nuestra vida contagie a quienes tenemos cerca

del gozo auténtico de quien ha visto a Jesús.


Amén.


Dos recomendaciones:

  1. Un libro: Qué se sabe de María Magdalena, de la biblista española Carmen Bernabé. Una especialista en el tema y, en general, del cristianismo primitivo. Publicado en la Editorial Verbo Divino y con versión electrónica disponible aquí: http://www.verbodivino.es/libro/5273/que-se-sabe-de-maria-magdalena---epub.

  2. Un mensaje: “La mujer en la iglesia”, de Mariola López Villanueva. Religiosa del Sagrado Corazón y profesora de la Facultad de Teología de Granada.





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