top of page

Una semana de silencio




A decir verdad, creo que nunca había escuchado sobre los Ejercicios Espirituales hasta que mi amigo y socio me habló de ellos en el año 2016. Su tutor le había recomendado con cierta insistencia que los hiciera, no sólo por el provecho que ello le traería para su vida, sino como parte de la investigación en espiritualidad que adelantaba en ese momento. Su experiencia desembocó en dos acciones claras: 1. Nuestra empresa implementó como política destinar un rubro anual a la financiación de ejercicios espirituales para sus colaboradores y, 2. Se concretó mi inscripción para la siguiente Semana de E.E. en la U. Javeriana (Junio de 2017).


Mi expectativa era alta, pero como sucede en todo lo que tiene que ver con experiencias de tipo espiritual, los relatos suelen ser apenas un pálido reflejo de la realidad. Debo también confesar que nunca me he sabido particularmente bueno para la oración, y la mayoría de ocasiones en las que he tenido la oportunidad de escuchar esas grandilocuentes oraciones públicas en asambleas o grupos, no he podido menos que reforzar internamente la idea de mi falta de talento para ello. Por eso, parte de mi reserva frente a los Ejercicios Espirituales se debía a que tenía la idea de que eran una metodología para la oración.


Entre el ingreso al bus y la primera charla en el sitio del retiro, solo crucé palabras con una que otra persona, pero noté que algunas iban charlando moderadamente. En la mesa, mientras cenábamos, pude conversar con quienes la compartíamos. Lo siguiente fue una charla en la que nos conocimos tímidamente mediante una presentación rápida, y, después de algunas indicaciones sobre la logística, arrancó el silencio. Este fue no solo de palabras (mi voz), sino también de estímulos externos; puse mi móvil en modo avión.


La primera sensación es la de dejar algo atrás que se ha convertido en parte fundamental de la vida: la conectividad. De un momento a otro, súbitamente, todo eso que durante el día reclamaba mi atención desde la pantalla, dejó de gritar. La primera noche fue tranquila y transcurrió sin mayor novedad. La mañana siguiente, la incertidumbre se apoderó de mis pensamientos y por momentos no podía evitar angustiarme al pensar en todo aquello que estaba dejando de percibir de afuera. Era la angustia de estar solo conmigo.


En la medida en que transcurría el tiempo en silencio, algo se aquietaba en mi interior. No podía desacelerar mis pensamientos, sin embargo cuando lograba sintonizarme con las oraciones que me proponían las guías, entraba en un contacto profundo con mi vida. Empecé a ver más y más mi vida como en una película, por escenas, en la misma medida en que todo seguía impregnándose de silencio, de quietud. Hacia el tercer día creo que logré encontrarme cómodo con la falta de ruido y con el trabajo que estaba desarrollando ahí; un trabajo que esencialmente tenía que ver con mi existencia.


En los siguientes días germinó el fruto de ese silencio: una increíble conexión con la fuente misma de la vida, que brotaba desde mi interior para comunicarme ese amor que me ha sostenido. Sería una tarea inagotable narrar con detallada descripción lo que cada día empezó a traer consigo, pues cuando me encontré inmerso en el mar de mi propia vida, pude ver con claridad recuerdos en los que me hablaba Dios y me hacía más consciente de su infinita presencia a mi lado, constante y fiel, incluso a pesar mío. Sentí que el Dios de la vida me hablaba día y noche mientras estaba en silencio.


El penúltimo día, en mi oración de la mañana, después del primer acompañamiento cotidiano, cuando me dirigía hacia el lugar de la oración, pensé en la muerte. Por un instante, mientras recorría un camino que está construido para recordar el viacrucis, imaginé lo que sintió Jesús mientras se dirigía al Gólgota. Durante ese momento dejé que mi mente recreara esa última caminata. Sentí cómo la muerte se acercaba y me miraba de frente; era una compañera silenciosa que me recordaba, sólo con su presencia, que este es un viaje pasajero. Somos mortales.


Entonces pude sentir la muerte y, en un movimiento de la gracia, también sentí la acción de Dios resucitándome, en una recomprensión de mi vida. Me postré ante Dios; con mis pecados, con mis miserias. Mientras esto pasaba, al mismo tiempo, su voz me levantaba como hombre nuevo, no porque quitara una especie de mancha de mí, sino porque la vida se hace nueva constantemente, y cada momento de mi historia tenía sentido en sí mismo para ese instante. No había recriminaciones, solo me acogía tiernamente y me levantaba. Sentí que los Ejercicios Espirituales eran un medio para desarmarme por dentro; un medio para que Dios me reconstruyera desde la gratuidad de su amor y gracia.


En la tarde de ese día me entregué a la contemplación de ese Dios amoroso, que me recordaba, en la consolación, que solo Él nos hace beber de la fuente eterna de la vida, no porque sea algo al que un grupo de “elegidos” pueda acceder, sino porque está allí esperando por quien la busque: "Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá." (Mt 7, 7). Viví la certidumbre de su promesa; la misma historia de ese Israel que camina tropezando, mientras Dios ofrece su eterna fidelidad que encuentra el punto de mayor plenitud en Jesús. Me sentí parte de la historia de la salvación, no a causa de una comprensión intelectual de esa verdad, sino como experiencia de la criatura que se reconcilia con su creador.


Aunque hay toda una estructura elaborada por San Ignacio alrededor de los Ejercicios Espirituales, existe un elemento fundamental de la experiencia sin la que se concibe: El Silencio. Suelo pensar que ello constituye la primera condición de posibilidad del encuentro con Dios por los frutos que me ha traído. El silencio por sí mismo nos hace más prestos a descentrarnos, a abrirnos a la interioridad, a indagar en lo profundo de nosotros lo que somos, nuestra verdad desnuda. Es en esa verdad en la que nos habla Dios, que es uno con nosotros. Cuando le quitamos espacio al ruido que abrazamos cotidianamente, entonces vemos con claridad lo importante, lo esencial. Es allí donde gestamos, construimos y alimentamos nuestra relación con la trascendencia.


Gracias a la propuesta de Ejercicios Online que se cristalizó en un proyecto concreto en 2020 desde Silencio y Espiritualidad, en marzo de 2020 arranqué mis E.E. en la vida corriente. No puedo menos que reconocer la fecundidad de este camino en mi vida. No obstante, también encuentro una oportunidad invaluable en los E.E. presenciales para vivir la experiencia honda del silencio ininterrumpido. Por ello, si me has acompañado hasta este punto en el relato, quiero invitarte a que te regales un tiempo en silencio. Se con certeza que podrás encontrar una modalidad que se ajuste a tus necesidades y que te permita sumergirte en el misterio. Si deseas indagar más sobre los próximos E.E. presenciales que ofreceremos desde Silencio y Espiritualidad, haz click aquí.

350 visualizaciones2 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

2 Comments


Zony Ramos Romero
Zony Ramos Romero
Mar 11, 2021

Tu testimonio, expresado de manera fascinante en este relato; no solo nos invita a conocer los frutos insondables de este camino esquivo, que nos brinda el silencio, sino que nos contagia de las emociones indescriptibles que se experimentan al "desarmarnos por dentro", reconociendo toda la densa debilidad que nos invade, que se hace bruma pasajera cuando se encuentra frente a la majestuosidad de la gracia... el amor infinito del Padre, que nos toca a través de la misericordia de su hijo Jesús... Gracias por compartir elocuentemente el resumen de tu experiencia.

Like

daicydelahoz
daicydelahoz
Mar 10, 2021

¡Hermoso testimonio Raúl!. Gracias por compartirlo, una experiencia determinante para la vida.

Like
bottom of page